La edición digital del Códice Boturini o Tira de la Peregrinación
permite un acercamiento inédito a uno de los documentos
fundacionales de la historia de México. En él, se representa el
trayecto de los mexicas a Tenochtitlan y su paso por diferentes
poblaciones. Además de su contenido, entre el mito y la historia, su
factura impecable y el trazo nítido de sus imágenes lo hacen uno de
los documentos más representativos de los mexicanos.
La publicación de este documento en formato digital va de la mano del
reciente esfuerzo del INAH por hacer accesibles los códices
mexicanos a un mayor número de personas. En septiembre de 2014 se
publicó el sitio Códices
de México,
donde se ofrecen por primera vez en alta resolución y para su
descarga gratuita los 44 códices expuestos en la histórica
exposición Códices
de México, memorias y saberes,
que celebró los 75 años del INAH y los 50 años del Museo Nacional
de Antropología.
De igual forma esta
publicación da continuidad al Códice
Mendoza Digital,
primera edición digital dedicada a un códice mexicano, esfuerzo sin
precedentes en el mundo publicado en enero de 2015, por el Instituto.
La presente edición del Códice Boturini
continúa la exploración de nuevas formas de representación para
los códices mexicanos, echando mano de herramientas digitales.
Asimismo, propone un acercamiento innovador entre soportes materiales
y digitales: la edición digital se complementa con una edición
facsimilar realizada en papel amate con los métodos tradicionales de
producción mesoamericana. La interacción entre la versión digital
y análoga tiende puentes entre soportes separados en apariencia
física y culturalmente, y amplía el contenido y alcance de los
mismos.
Los códices mexicanos son
documentos pictóricos e icónicos que las culturas prehispánicas
utilizaban para preservar y transmitir su conocimiento, que
funcionaban como registros calendáricos, geográficos, históricos,
simbólicos o rituales. Fueron creados sobre diferentes tipos de
soporte, como papel de maguey o de amate, piel o papel de algodón.
Gordon Brotherston (1992) enumera las características esenciales de
los códices como no fonéticos, aunque algunos pueden registrar
sonidos-concepto (por ejemplo los elaborados por los mayas);
altamente flexibles en términos de presentación, ya que puede
estructurarse como una crónica narrada de hechos históricos, un
mapa o una tabla tributaria. Esta integración holística de letra,
imágenes y aritmética, sin duda, rompe la concepción occidental
que tenemos sobre la escritura.
Los códices están constituidos por imágenes e íconos que trabajan en conjunto con la
memoria, la voz y el saber de aquellos capaces de leerlos; “las
historias pictóricas están más cerca de ser guiones, y la relación con los lectores se parece
más a la de un ‘libreto’ de una obra teatral con los actores que
la interpretan. Los códices aztecas eran leídos en voz alta a una
audiencia, eran representados y sus imágenes eran exaltadas y
embellecidas en la ejecución oral de la historia completa. Las
historias pictóricas eran pintadas específicamente para ser el
texto base de un acto performático.”
(Hill, 1994: 71).
En este sentido, los códices pueden entenderse como elementos de un acto
performático mucho más complejo que la acción íntima e individual
de lectura que practicamos en nuestros días. Este
tipo de representación y transmisión del conocimiento entre las
culturas prehispánicas ha sido definido por Elizabeth Hill Boone
como sistemas semasiográficos, que representan ideas independientes
de la lengua. Las imágenes contenidas en el códice funcionan en sí
como el
texto, y la
relación entre estos elementos pictóricos contiene el significado.
(Hill, 1994: 20)
El Códice Boturini es un manuscrito elaborado en una larga tira de amate doblada en 22
láminas, las cuales miden en promedio 19.8 x 25.5 cm, que unidas
conforman un biombo de 5.49 m. de longitud. Está trazado de un solo
lado sin color, donde se registró la historia del origen de los
mexicas desde su salida de Aztlan, hasta unos años antes de la
fundación de la ciudad de México-Tenochtitlan. Investigaciones
recientes señalan como posible fecha de elaboración la primera
mitad del siglo XVI, al igual que otros documentos relacionados con
la historia de los antiguos mexicanos, entre los que se encuentran el
Códice
Aubin, el
Manuscrito 40
y el Manuscrito
85 de la
Biblioteca Nacional de Francia, estos últimos escritos en náhuatl
con algunos elementos pictográficos.
En él se narra la
peregrinación de los entonces llamados aztecas hacia el sur, guiados
y motivados por su deidad tutelar Huitzilopochtli, que los llevará a
fundar Tenochtitlán.
La migración narrada en la Tira de la
Peregrinación
es el movimiento poblacional más documentado en la historiografía
mesoamericanista. Más allá de las imágenes plasmadas en sus
láminas, resulta interesante imaginar las implicaciones que toda
migración conlleva: dejar atrás un entorno familiar seguro para
enfrentar grandes obstáculos como condiciones físicas extenuantes,
una agreste geografía conformada por caminos abruptos y
desconocidos, donde niños, mujeres, hombres y ancianos cargan con
las pocas pertenencias que pueden llevar en andas, nada que no fuese
necesario.
Al final del camino ninguno de
los que iniciaron la travesía tuvo la oportunidad de ver la tierra
prometida, debido a que ésta duró alrededor de 150 años, durante
los cuales desafiaron hambre, enfermedades y conflictos con algunos
de los pueblos asentados a lo largo del camino.
Al llegar al Valle de México,
ya con la denominación de mexicas, fueron sometidos por Coxcoxtli,
señor de Culhuacán, quien para dejarlos continuar su trayecto, los
envió a guerrear contra los xochimilcas. Después sufrieron el
vasallaje de los tepanecas de Azcapotzalco, quienes les exigían el
pago de excesivos tributos. A pesar de todo y después de muchas
penurias, sus aspiraciones de grandeza se vieron colmadas con la
conquista de señoríos y provincias, que les tributaron enormes
riquezas por alrededor de noventa años, logrando ser los señores
del Anáhuac. Huitzilopochtli cumplía así su promesa.
Su primer propietario conocido
fue el sabio Carlos de Sigüenza y Góngora. Al morir don Carlos el
códice quedó resguardado en el Colegio jesuita de San Pedro y San
Pablo, donde fue consultado por Lorenzo Boturini antes de integrarlo
a su colección personal, donde lo describe como “un mapa de papel
indiano con pliegues a modo de una pieza de paño y [que] se extiende
como una faja.” En 1743 el virrey Pedro de Cebrián, conde de
Fuenclara, ordenó la detención y deportación del caballero
italiano a España y el decomiso de su colección para ser depositada
en la Caja Real de la Secretaría del Virreinato. Con el paso de los
años, los manuscritos estuvieron resguardados en diferentes
repositorios como la Escribanía de Gobierno, la Biblioteca de la
Real y Pontificia Universidad de México, el Convento de San
Francisco y el Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores.
Entre 1825 y 1828, el documento fue entregado al Museo Nacional de
México para finalmente resguardarlo en la Biblioteca Nacional de
Antropología e Historia.
Miguel León-Portilla (2003) ha dicho que todos los intentos por traducir
los códices a palabras han sido insuficientes por ser aquéllos un
sistema de representación de conocimiento tan complejo.
León-Portilla se pregunta: ¿qué pudo haber sobrevivido si
traducimos a palabras sistemas tan complejos de representación?
Llevando este pregunta un poco más allá, ¿podemos utilizar
herramientas digitales para enriquecer semánticamente la
representación de estos sistemas culturales?
Como bien señala Miguel León-Portilla, llevar un códice a otro formato
resulta una tarea compleja por todo lo que se pierde al trasladarlos
de su contexto y contenedor original al papel. Aún así, el mismo
León-Portilla estableció una analogía muy pertinente entre los
códices y los CD-ROM en su libro Códices:
los antiguos libros del nuevo mundo.
Allí nos dice que los códices, al igual que estos dispositivos,
contienen varias o diversas formas de lectura, combinadas con
imágenes y sonidos. Además, al igual que los códices, los CD-ROM
tienen o tenían un afán totalizador de incluir diversas facetas del
conocimiento. (León-Portilla, 2003: 67, 117, 122). Esta analogía
nos obliga a pensar que un medio digital (el equivalente tecnológico
de un CD-ROM en nuestros días sería una aplicación digital para
web o móviles) podría ser el medio idóneo para representar un
códice.
Por otro lado uno de los teóricos más importantes de las humanidades
digitales, Willard McCarty, refiere la complejidad y la pérdida de
significado que sufre una obra literaria o artística al ser
traducida a un medio digital: “La inevitable y radical pérdida de
sentido en la traducción que se le impone a cualquier objeto real es
especialmente severa si se trata de obras artísticas o literarias”
(McCarty, 2008: 254).
En los dos casos las traducciones, tal y como lo señalan estos
especialistas, conllevará una pérdida. Sin embargo, a diferencia de
lo que señala León Portilla, la traducción del códice no se hace
a papel sino a un medio dinámico y multimedia; a diferencia de lo
que señala McCarty, la traducción al medio digital no es de un
documento estático como un fragmento de prosa, sino un objeto
complejo y multimedia como un códice prehispánico.
Los
argumentos de estos dos investigadores nos ayuda a entender y
sustentar la necesidad y las ventajas de crear una edición digital
para representar los códices mexicanos.
Como se mencionó anteriormente, la primera edición de un códice
mexicano en versión digital fue publicada por el INAH a principios
de 2015 sobre el Códice
Mendoza. La experiencia que dejó este trabajo permite aplicar el sustento
teórico de dicha edición a la que en este caso nos ocupa. Aun así,
los objetivos trazados para la edición del Códice
Boturini amplían los planteados en un primer momento y añaden nuevos
alcances:
Continuar con el esfuerzo de universalización del conocimiento albergado en los códices mexicanos.
Crear diferentes niveles de acceso al códice, una dedicada al público en general y otra a un público especializado dedicado a la historia, antropología, arqueología, paleografía y otras disciplinas de las humanidades y de las ciencias sociales.
Abrevar de la retroalimentación recibida por parte de los lectores del Códice Mendoza Digital para mejorar el trabajo y ampliar las posibilidades de este tipo de ediciones.
Implementar nuevas herramientas que permitan innovar en el acercamiento y la comprensión de este tipo de documentos.
Seguir alentando a otras instituciones, investigadores, profesionales e industrias creativas a pensar en las ediciones digitales de documentos mexicanos, como una forma de llevar el conocimiento histórico a otros públicos.
El
formato en tira del Códice
Boturini permite
que su representación digital responda de manera fluida a esta
continuidad lineal de izquierda a derecha. La manipulación del
códice de manera extendida se recrea con naturalidad a través de la
aplicación. Además, la alta calidad de las imágenes permite un
acercamiento en detalle a las características materiales del códice.
La representación de la información contenida en el códice a través
de mapas permite una comprensión más amplia de la dimensión
geográfica que se plasma en el códice. El usuario de la aplicación
podrá, en un solo golpe de vista, ubicar espacialmente cuáles
fueron los puntos destacados de la migración narrada en el
documento.
Una más de las funcionalidades que se integraron a esta edición fue la
de la narración en voz alta. Como se mencionó con anterioridad, los
códices mexicanos eran leídos en voz alta y muchas veces echaban
mano de otros elementos semánticos para ampliar el contenido del
manuscrito
En
este sentido, y conscientes de las grandes diferencias culturales que
existen, la edición digital procura ofrecer una narración oral
sobre el trayecto narrado en el códice.
Esto,
esperamos, permitirá que el lector comprenda el contenido en
diferentes niveles semánticos, en una recreación hipotética de
cómo pudo haber sido la narración original.
Una
más de las innovaciones que incluye esta edición es que nos permite
interactuar con el facsímil del documento de una forma hasta ahora
inexplorada a través de la Realidad Aumentada. Junto con las
virtudes naturales de este tipo de tecnología para ampliar la
dimensión y el contenido del manuscrito, su uso establece una
interesante analogía con la forma interactiva en la que se leían
los códices mexicanos.
Además
la edición contiene estudios y bibliografía que amplían el
conocimiento del documento. De igual forma, el doctor Patrick
Johansson, curador de la aplicación, ofrece una recreación
hipotética (teórica y gráfica) de la parte final del Códice
Boturini.
Vale la pena que recordemos que el manuscrito se interrumpe antes de
la llegada de los mexicas a Tenochtitlan. No se sabe si fue cortado o
si los que lo elaboraron, por alguna razón deliberada,
interrumpieron su narración.
A
través de esta edición, que propone un novedoso acercamiento al
Códice
Boturini,
que va de lo material a lo digital y de lo tradicional a lo
innovador, se crea un nuevo acercamiento a uno de los documentos más
importantes para la historia mexicana.
Con
esta edición el INAH reafirma su misión de proteger, investigar y
difundir el patrimonio de todos los mexicanos, innovando en la manera
en que realiza esta labor, y adecuándose a los lenguajes, formatos y
ritmos de los ciudadanos del siglo XXI.
Berdan, F. F. & Rieff Anawalt, P. (1997) Essential Codex Mendoza.
USA: University of California Press.
Boone
Hill, E. & Mignolo, W. (eds.) (1994) Writing Without Words: Alternative Literacies Mesoamerica & the Andes. USA: Duke University Press.
Brotherston, G. (1992) Book of the Fourth World. USA: Cambridge University Press.
León-Portilla, M. (2003) Códices: los antiguos libros del nuevo mundo. México: Aguilar
McCarty, W. (2008). What's going on? Literary and Linguistic Computing. 23(3). pp. 253-261